martes 16 abril 2024

Montefurado: el oro que abrió montañas y secó el Sil

El túnel construído por los romanos hace casi dos mil años permanece como testigo de una fascinante obra de ingeniería de aquel tiempo

Poco antes de unir sus aguas con el río Bibei, en el municipio lucense de Quiroga, el Sil hace un cerrado meandro al batir con un filón de esquisto. Tras un buen rodeo, el río continúa hacia el encuentro con su afluente. Hace casi dos milenios, donde algunos veían un hermoso paisaje fluvial, la mente de un ingeniero romano trazó una obra que sigue sorprendiendo hoy en día por su brillantez para obtener el preciado oro. Tal fue la fama que consiguió aquella idea de los romanos que, como en tantos otros lugares, quedó huella en la toponimia; Montefurado, también conocido por los vecinos como Boca do Monte, es hoy un lugar de mención obligada cuando se habla de los hitos del imperio en la Gallaecia.

Ya entonces se sabía que en medio de las aguas del Sil, como en el Lor, y en otros montes de esta zona de Galicia, había trozos de oro que podían llenar las arcas del Imperio. Se estima que unas 190 toneladas del metal viajaron hacia Roma desde la provincia, a un ritmo de hasta 7.000 kilos por año, muchas de ellas por la Via Nova que hoy aún se ve en la cercana Ponte Bibei. Era tal la capacidad de prospección de los romanos que muy pocos yacimientos dorados quedaron sin descubrir en aquella época. Y la falta de la dinamita, que no llegaría hasta muchos siglos después, había que tirar de ingenio para que el ser humano pudiera mover ríos y agujerear montes.

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El túnel y la “ruina montium”

Tal y como explican en el Instituto Geológico y Minero de España ( IGME), en Montefurado existen dos depósitos de oro; uno de ellos, el que llevó a construir el túnel, y el otro, muy cerca de la aldea del mismo nombre, con el que se usó la técnica de la ruina montium o arrugia, de la que las Médulas son paradigma, pero que también se pueden ver en la Mina da Toca, en la próxima Serra do Courel. Dicho sistema consiste en agujerear el terreno con galerías horizontales y verticales, y una vez de finalizadas provocar una fuerte inundación con el agua traída río arriba. Así, debido a la presión, el terreno se derrumbaba y era mucho más fácil decantar y refinar los escombros para encontrar el oro.

Hoy, cerca de la aldea de Montefurado, como en las Médulas, aún es posible ver unos pináculos de hasta 10 metros de altura que recuerdan el trabajo hecho por los romanos. En el mismo núcleo, destaca el tono rojizo de la piedra de algunas viviendas y de la iglesia, procedente del sustrato de la zona.

La construcción del túnel de Montefurado permitió secar el meandro natural del Sil y cribar los sedimentos para recoger oro. Fonte: Google Maps/Elaboración propia.
La construcción del túnel de Montefurado permitió secar el meandro natural del Sil y cribar los sedimentos para recoger oro. Fonte: Google Maps/Elaboración propia.

Sin embargo, en el caso del túnel, el razonamiento de los ingenieros fue otro: si construían un atajo al meandro, sabiendo que el oro corría por aquellas aguas, podrían secar o hacer crecer el Sil a su gusto y, así, recoger de vez en cuando los sedimentos cargados del metal. Tal y como se explica en la guía Las Montañas del Courel, una geología muy humana, se excavaron 120 metros de longitud y 20 metros de ancho para hacer pasar el agua. Y así, al quedar los limos y arcillas del fondo del río al descubierto, era el momento de recoger los frutos.

Lo mejor de la idea era, por tanto, la posibilidad de renovar los sedimentos una vez eran aprovechados. Fuese de forma intencionada, tapando la boca del túnel y recuperando el curso natural, o durante las crecidas, en las que el agua volvía a buscar su camino, llegaban nuevas pepitas que, una vez cribadas, viajarían hacia Roma.

Así, aunque lo más visible es el túnel que se ve en el monte, hay otro elemento igualmente importante bajo el agua del Sil que sigue hoy cruzando Montefurado. El agujero tiene una profundidad superior a los 10 metros, en forma de V, lo que facilitaba a los romanos la posibilidad de taponarlo cuando querían que el agua volviese al meandro natural, tal y como se explica en el libro La minería aurífera romana en las cuencas de los ríos Sil y Lor, de Iván Álvarez Merayo y Antonio Álvarez Núñez.

El derrumbe de 1934

Sin embargo, a pesar de que el túnel aún se puede ver hoy en día, la obra no se ha conservado en su plenitud. Hay constancia, al menos, de un desprendimiento en 1934, el más grave del que se tiene noticia, perdiendo más de la mitad de los 120 metros de longitud que tenía (hoy mide algo más de 50). Hace ahora 85 años, el 6 de noviembre, el periódico El Pueblo Gallego daba cuenta del suceso, que generó un importante impacto en la zona, ya que la vega del antiguo lecho del Sil era una fértil tierra para los labradores que vieron, de pronto, inundados sus campos. Los escombros del derrumbe bloquearon el túnel hasta 1941, cuando se volvió a abrir.

Aún hoy, este enclave en el cruce de los ríos Sil y Bibei sigue siendo un importante nudo de comunicaciones, como ya lo era en tiempos de la Via Nova y, posteriormente, en la ruta jacobea de invierno, que permitía evitar las frías y nevadas cumbres de las sierras circundantes. Desde la N-120, que une Ourense y Monforte, puede verse el lugar por donde entraban las aguas del Sil en el monte antes de adentrarse en un túnel casi paralelo al romano, y a pocos metros, la vía del tren también se mete bajo la tierra para seguir al lado del Sil.

Montefurado es un más de los atractivos geológicos y paisajísticos del territorio que engloba el geoparque del Courel, reconocido por la Unesco en abril de 2019. Junto a otras explotaciones mineras, y singularidades geológicas como el pliegue de Campodola- Leixazós, conforman un lugar que bien merece recorrerlo con calma, y pararse a observar. En el caso del túnel, puede accederse desde la carretera nacional en el desvío indicado, desde un sendero que parte de la cumbre del propio monte, o bien desde las cercanías de la aldea de Os Covallos.

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