“No se puede salir de los caminos marcados, haced poco ruido y guardad la basura. Recordad que, aquí, nosotros somos los extraños”. El mensaje de bienvenida de Silvia Fernández, guía autorizada por el Parque Nacional de las Islas Atlánticas de Galicia, no puede ser más claro. En Sálvora, es la naturaleza quien manada. Esta isla, la mayor del archipiélago del mismo nombre, protege a la ría de Arousa del embate del océano. Fue declarada Parque Nacional en el 2002 junto con Cíes, Ons y Cortegada, para conservar su espacio natural, representativo de los ecosistemas litorales atlánticos. El último habitante, el farero, dejó Sálvora hace apenas cuatro años. Hoy, siguiendo las normas de protección del parque, la isla recibe la visita de un máximo de 250 personas por día. “Es necesario estar acompañado de un guía. No se puede acampar y para fondear en sus aguas es necesario un permiso. El paso de la gente, aunque sea poca, siempre deja huella. Por suerte, Sálvora se recupera en invierno cuando no viene nadie”, asegura Silvia.
De la antigua aldea al faro, dos rutas descubren a los visitantes una isla, deshabitada y silenciosa, en la que lo más importante es adaptarse para sobrevivir. Es la ley que rige en Sálvora. En la duna por la que comienza la visita, cerca del muelle al que llegan los barcos desde O Grove o Ribeira, una higuera sorprende a curiosos, amantes de la naturaleza y científicos. “Esta higuera se adaptó a la salinidad y a la arena. Su forma es aerodinámica para que los vientos fuertes del mar le pasen por encima y la dejen seguir creciendo. Parece una enredadera rastrera”, explica la guía. Pocos metros más allá, Silvia señala la construcción de una balsa artificial de agua dulce para ayudar a la reproducción de los anfibios. “Con la escasez de agua tan importante que hay aquí en verano, la salamandra no pare huevos, sino larvas adaptadas a vivir directamente en tierra sin pasar por la fase acuática. Esto ya ha sido constatado en Ons, por eso se construyeron aquí estas balsas. Este ejemplo de adaptación es impresionante”, afirma.
La aldea, hoy en ruinas, es testigo de otro tiempo en el que Sálvora tuvo una población estable. Allí vivieron más de medio centenar de personas que llegaron a finales del siglo XVIII, cuando se instalaron en Sálvora un almacén de salazón y una pesquería de atún. La isla ya pertenecía a la nobleza y los habitantes tuvieron siempre que pagar por vivir allí con sus cosechas y su ganado. Tras un paréntesis en la primera mitad del siglo pasado, durante el cual el Estado tomó el control de la isla por razones militares, el marqués de Revilla, el propietario, recuperó Sálvora e intentó mejorar un poco las condiciones de vida de la población. Aun así, el último vecino hizo las maletas en los años 70.
“Cuentan que durante la Guerra Civil, desde Sálvora se mandaba alimento a los familiares en tierra. Pero el invierno es largo y el clima muy difícil. La adaptación es complicada”
“La gente que vivió aquí cuenta que la isla producía mucho. Cuentan que durante la Guerra Civil, desde Sálvora se mandaba alimento a los familiares en tierra. Pero el invierno es largo y el clima muy difícil. La adaptación es complicada”, relata Silvia. Entre las grandes obras que llevó a cabo el marqués de Revilla en la isla, destacan, cerca del muelle, la transformación del viejo almacén en pazo y el homenaje escultórico a la Serea Mariña que, cuenta la leyenda, se encontraría en el origen de su familia, la propietaria de Sálvora hasta que pasó a ser un bien público en 2007. Herencia también del marqués, los caballos, los ciervos y los conejos que algún día formaron parte de su terreno privado de caza y que hoy viven libres en Sálvora de manera salvaje.
De camino al faro, en el otro extremo de la isla, la guía enumera la larga lista de tesoros de la biodiversidad que guardia Sálvora. La isla, junto con las otras del parque, cuenta con la mayor colonia nidificante de gaviotas patiamarillas de Europa y una muy grande de cormorán cristado. “Y en Vionta, otra isla arenosa del archipiélago de Sálvora, encontramos la especie endémica del parque, la ‘Xesta’ de Ons”, explica Silvia antes de recordar a los visitantes que este parque nacional lleva el título de marítimo-terrestre para destacar que la mayor parte del espacio protegido es marino. “Debajo del mar está nuestra mayor riqueza. Los recursos pesqueros son muy importantes, hay grandes bosques de laminarias que protegen las especies e incluso encontramos fondos coralinos, algo sorprendente en estas aguas tan frías”, afirma.
Rocas moldeadas por el agua y el viento
En el entorno del faro domina el matorral, herencia del tiempo en que las islas estuvieron unidas a tierra firme hace miles de años, y majestuosas rocas de granito moldeadas por el agua y el viento. Es la parte de Sálvora que encara el Atlántico y es allí donde los guías relatan a los visitantes el trágico naufragio del vapor Santa Isabel en los primeros días de enero de 1921. Debido a la ausencia de los hombres en la isla por ser año nuevo, cuatro mujeres coraje consiguieron rescatar con sus dornas, y con ayuda de los niños, alrededor de 50 pasajeros. Casi dos centenares murieron. Hoy, cuatro hórreos de la antigua aldea de la isla llevan el nombre de esas mujeres en homenaje a su valentía y su historia fue llevada, recién, a la gran pantalla por la coruñesa Paula Cons. “Puede que debajo de la higuera aerodinámica que vimos en la duna, hubiesen sido enterrados algunos de los cuerpos del Santa Isabel. Fue así como, quizás, llegó esa higuera a la isla”, explica al grupo la guía.
El viaje a Sálvora acaba y los visitantes deben volver al barco para dejar la isla. En el paseo hasta el muelle, Silvia asegura que sería importante reducir la contaminación marina, sobre todo ahora que somos conscientes de la fragilidad del parque. “El que más me sorprende es lo diferentes que son las islas aunque son todas bonitas. Cíes es el archipiélago que despierta más interés pero quien no conoce Sálvora se sorprende porque piensa que aquí no hay nada”, asegura esta ingeniera forestal que trabaja en el parque desde ya hace 15 años y que revela al grupo, antes de embarcar, la otra vida de la isla, la nocturna.
Desde 2016, Sálvora, como todo el parque, es destino Starlight, un sello avalado por la UNESCO con el que se promueve la defensa del cielo nocturno y el derecho a la luz de las estrellas. “De noche descubres otra isla. La vida animal es diferente y en Sálvora la calidad de cielo es muy buena, no hay contaminación lumínica. Este verano encontramos incluso el rayo verde”, finaliza, sonriendo, la guía.