La puesta en escena y los elementos que contiene el conjuro de la queimada, que casi todo gallego y visitante en el país ha podido presenciar en algún momento de su vida, parecen tomarnos del brazo y llevarnos a muchos siglos atrás. La coroza de paja, las brujas y las ‘meigas’, los trasgos y los diablos, el fuego purificador… Todo parece formar parte de una tradición milenaria, como si un hilo invisible a través del tiempo nos uniese con los habitantes de los castros. Pero es suficiente una mirada a la hemeroteca y a la historia de la aguardiente en Galicia para observar, como advierte el historiador Xavier Castro, catedrático de Historia Contemporánea de la USC, que la queimada no es más que otra de las tradiciones inventadas de las que habla Eric Hobsbawn: prácticas con un importante bagaje simbólico, y que alcanzan una notable implantación en una sociedad por el supuesto vínculo ancestral que se teje con los ancestros.
Nunca antes del siglo XIX
El mito que relaciona la queimada con los ‘celtas’, los ‘castrexos’ o alguna otra de las denominaciones de los habitantes prerromanos de Galicia, se descarta por la propia cronología de la aguardiente. Aunque la destilación se conoce hay miles de años para obtener perfumes, no es hasta que la cultura árabe se extendió por la península ibérica, ya en la Edad Media, cuando el alambique y, con él, la obtención de bebidas alcohólicas destiladas, se generaliza. Y según Xavier Castro, estas bebidas no se popularizan en Galicia hasta la segunda parte del siglo XIX. «Anteriormente, el arte de la destilación era algo muy escaso, se hacía en algún monasterio, o se importaban las bebidas, pero desde luego no era una práctica habitual campesina», explica.
Pero sí es cierto que la idea de quemar el aguardiente ya está presente en algunos documentos antes de estas fechas. En 1817, la traducción a español hecha por Pedro Charro de Lorenzana de la obra Agronomía o Diccionario Manual del Labrador, del agrónomo francés Pons Augustin Alletz (1703-1785), decía que «la aguardiente quemada, después de echar en ella infusión de higos secos, es un remedio probado» contra la ronquera.
Durante el siglo XIX, los campesinos comienzan a apostar por la destilación e instalan sus propias alquitaras. Y surgen oficios como los del poteiro o del augardenteiro. Al igual que ya había avanzado Alletz en el siglo XVIII, se ve el aguardiente, o caña, (como también se hacía con el vino), un remedio para combatir catarros, dolores estomacales y, en general, como un estímulo para afrontar las largas y duras jornadas de trabajo.
La aguardiente quemada empezó a usarse para tratar catarros o dolores estomacales
Del uso privado al rito y la popularización
Este uso privado, más allá de referencias aisladas como la de Alletz, no aparece con frecuencia en las publicaciones gallegas hasta bien entrado el siglo XX. Pero hay algunos personajes célebres sobre los que se teje el hilo de la queimada, desde el remedio campesino hasta convertirse en el centro de cualquier celebración popular. Eligio González, fundador de la mítica taberna viguesa, contaba en los años 80, poco antes de fallecer, como de niño fue testigo de la quema del aguardiente en las comidas de curas en las que acompañaba a su tío sacerdote. Y décadas después, convertido en «Queimador Mayor de Galicia«, acabaría siendo uno de los grandes maestros de ceremonias para otras figuras claves en esta invención del mito, como Álvaro Cunqueiro, José María Castroviejo o Manuel Fraga. El propio desarrollo económico fue también esencial para comprender esta popularización, pues productos como el azúcar, clave en el sabor de la queimada, eran un bien escaso en la primera mitad del siglo XX. Y el propio hecho de quemar el alcohol, apunta Castro, era un «derroche que no se podía permitir en muchas casas».
En la taberna viguesa, y también en otros de los muchos lugares en los que departían, Cunqueiro, Castroviejo, Laxeiro, Lugrís o Blanco Amor comienzan a construir aquel ritual alrededor del pote. Y también discuten sobre que se le puede añadir, y que no, a las «queimadas más castizas y legítimas». Tal y como destacaba Carlos Alonso del Real en la revista Grial, en el año 1972, Castroviejo consideraba que los granos de café, un ingrediente muy habitual hoy en día, eran una «horrible herejía moderna«. Es en este contexto donde surgen también los primeros conjuros. «No son grandes composiciones poéticas, pero tenían cierta gracia y alcanzaron éxito popular», recuerda Xavier Castro. Uno de los más populares (Mouchos, curuxas, sapos e bruxas…) fue creado en el año 1967 por Mariano Marcos Abalo, un polifacético artista que también contribuyó a su popularización entre los turistas.
Las referencias a las brujas y otros ser fantásticos coinciden, según Xavier Castro, con la percepción de estos elementos mitológicos. «Sobre las meigas, a diferencia de las brujas, en Galicia existe ese carácter ambivalente, una cierta virtualidad positiva. Tal y como dice Marcial Gondar: ‘Dios es bueno, mas el demo no es malo’. Hay una ambigüedad, anti-maniquea, con ciertos matices en las cosas; no todo es categórico entre bueno y malo, o entre negro y blanco».
Así, en el hervidero cultural de los años 60 y 70, tanto en Galicia como en Madrid, el aguardiente y el fuego comienzan a tomar parte en estos encuentros. Queimada en una noche de Madrid. Novoneyra, perfecto trovador, se titulaba una crónica del periódico La noche en mayo de 1962. El encuentro celebrado en el colegio mayor Santa María reunió a más de un ciento de personas. Y la bebida fue, según el cronista, Gilberto Blas, el hilo que acercó Galicia a la capital del Estado. «Uno está en Madrid, lejos de Galicia, y de repente, por arte y gracia de la queimada, se siente transportado a un país ideal en el que habían estado reunidos los montes de Lugo y las rías bajas (sic), las palabras del Caurel y las canciones de la Mahía», escribió, exaltando a continuación el buen hacer de Uxío Novoneyra como rapsoda.
La queimada se convirtió en un medio de confraternización y cercanía a Galicia desde la diáspora
Diplomacia y política alrededor de la queimada
Sin embargo, otra de las figuras necesarias para explicar la construcción del mito de la queimada es la de Manuel Fraga. En su larga y controvertida carrera en la dictadura franquista y, posteriormente, en la democracia, la queimada fue para él una herramienta con la que buscarse la simpatía ciudadana. Ya en el año 1953, en Santander, como director del Instituto de Cultura Hispánica, organizó una queimada en la que el coro Airiños da Terra cantó la Rianxeira. Para Castro, Fraga «fue un hábil político, y utilizó la queimada habilmente, como todos los registros del folclore popular, para conectar con las capas populares de la sociedad gallega».
Frente a esto, a juicio de Xavier Castro, la izquierda y el nacionalismo perdieron un medio importante para acercarse al sentir popular, y la queimada, que acompaña al político de Vilalba en sus frecuentes baños de masas, fue un medio clave. «El populismo de Fraga les cortó la hierba debajo de los pies a otros grupos políticos que, a priori, podrían conectar más con los sectores populares. Los galeguistas reaccionaron así porque en el franquismo el folclore fue instrumentalizado por el régimen para conseguir apoyo. Esto dificultó que las fuerzas de izquierda y galleguistas las usaran para acercarse a los sectores populares».
Como en la queimada en la noche de Madrid en la que recitó Novoneyra, el político de Vilalba usó el ritual como una forma de acercamiento a la tierra en sus frecuentes encuentros con la diáspora gallega. Pero también la convirtió en un elemento de celebración en encuentros con periodistas, en romerías populares y en momentos tan recordados como el de la visita a Galicia de Fidel Castro en el año 1992. A unos metros de la casa en la que nació el padre del comandante cubano, la queimada fue el símbolo que unió dos visiones muy distintas de ver el mundo, pero con Galicia como nexo.
Un «mimbre más» en el tópico del pueblo gallego
En aquel momento, en la última década del siglo XX, la queimada ya era un elemento que no faltaba en cualquier celebración popular. Las referencias en la hemeroteca se multiplican, y gran parte de las fiestas gastronómicas o vecinales incluían la queimada en su programa. El rito de quemar el alcohol, el conjuro, el hecho de compartir la bebida, la lleva a una dimensión colectiva. «Viene a adornar y a dar otra dimensión más social, de hermandad, que conecta con otras formas de comer y reuniones, como se hacía en los banquetes fúnebres, las sardiñadas, los magostos, etc. Se crea un mimbre más en el cesto de las tradiciones gallegas», destaca Xavier Castro.
La bebida conecta, de este modo, con ciertos trazos de la mentalidad popular gallega. «Al lado del calor, de la llamarada de la queimada, y disfrutando de ese sabor dulce, que embriaga, la gente habla, canta, se cuentan cuentos muy divertidos, las pupilas brillan, la sonrisa aflora… Todo esto pasó a ser un trazo identificativo de la manera de ser de los gallegos y de la imagen que se tiene de ellos: hacen queimadas, toman marisco, son irónicos, no se sabe se suben o bajan… El tópico del gallego fetén», concluye el historiador.
Con la colaboración de
Olá aos que facedes GCiencia. Sígovos fai tempo e oxe buscando noticias da noite de San Xoán por ehí, porque vivo fora da terra, vexo outra vez ó novo conxuro. Sabedes qué si que existe outro máis antigo… e menos misòxino, por exemplo. Un no que se alaban os oficios e tamén a outras cousas «galegas». De feito eu tiňao fai moitos anos gardado no ordenador e cheguei a imprimirlo, máis perdino. Seriades quen de atopalo? Eu agora só teño aceso a internet co móvil e non o dou hachado. Gracias pola vosa lavor divulgativa. E faceriadesme moi feliz se poidera volvelo ler.
Sígovos no telegram e por si esas meigas tiveran a ben que a sorte vos favorecera alí estou coma @normal. E o meu correo é otraanamas@gmail.com, por se alguén que lea isto me pode axudar.
Apertas fondas..