miércoles 8 mayo 2024

Las huellas de la ciencia en la ciudad de León

Un curioso recorrido histórico por numerosos edificios, calles, rincones y objetos que muestran la intensa actividad científica de otro tiempo

Por Rocío Rodríguez Herreras

Para los turistas científicos visitar León es un verdadero descubrimiento. Las huellas, que, a lo largo de los siglos, la ciencia ha dejado en sus calles, son notables y sorprendentes. Empezamos esta ruta remontándonos a 1827. Comenzamos en un lugar simbólico: la calle que comunica la Plaza Mayor con la Plaza de la Catedral, donde se abrió, en ese mismo año, la “oficina de farmacia” más importante de la ciudad. Ya relataban los visitadores farmacéuticos de la época que el boticario “gozaba de gran prestigio, por su dignidad y el buen uso que de la Ciencia hacía”. Quizás por eso el negocio tuvo gran éxito, y pasados los años se trasladó al emblemático rincón, frente a la Catedral, donde ya en el siglo XV vieron la luz las primeras boticas de la ciudad.

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A vella botica leonesa.

La nueva farmacia, decorada con madera de nogal, contaba con despacho, laboratorio y una biblioteca “científica”. Como la provincia era rica en plantas medicinales, se abrió además un almacén de drogas, para no depender de los drogueros de La Coruña, que tenían precios altos porque los arrieros maragatos, según parece, escaseaban.

Y llegamos a la siempre bulliciosa calle Ancha, lugar al que, en 1901, se traslada la antigua farmacia con su lujoso mobiliario. Nos impacta su fachada de mármol de Carrara, que muestra una placa con la fecha de apertura de la antigua botica: 1827. Hay que entrar y disfrutar de la impresionante decoración original: techo artesonado, anaquelería de nogal tallada con 32 columnas, por las que trepan plantas medicinales basadas en dibujos de la Flora Americana. También captan nuestra atención los albarelos, una balanza traída de Ohio hace más de 100 años y una antigua lámina publicitaria donde se puede leer: “TOS, desaparece con las pastillas pectorales de G.F. Merino e Hijo”, recuerdo del famoso medicamento cuya fórmula, según indican los botes de 1923, contenía liquen, malvavisco, codeína y dionina.

Fachada da farmacia Merino.

Nos acercamos ahora a la muralla romana justo detrás de la Catedral, lugar donde como ampliación del negocio de farmacia y almacén de drogas, el dueño instaló en 1864 la primeraFábrica de Productos Químicos y Farmacéuticos” de la ciudad. Llega a tener cinco edificios dotados con la más moderna maquinaria. En sus instalaciones se elaboraban, entre otros compuestos, éter, cloroformo, el reconstituyente hematol y ¡las primeras pastillas pectorales de España!, vendidas en todo el país y hasta en la botica de la Reina Madre.

A vella Fábrica de Produtos Químicos Merino.

La fábrica se surtía de las plantas medicinales de la provincia, recolectadas en campos que, en otro tiempo, farmacéuticos y químicos visitaban para enseñar a los lugareños cómo recogerlas con cuidado. Se dice que hasta el dueño de la fábrica recorría las aldeas a “toque de concejo”, y hombres, mujeres y niños salían en busca de flores de manzanilla, amapola, y de la “delicada y olorosa flor de tilo”. También se recogían la planta de anís, con la que se preparaban esencias, el liquen de Islandia de la montaña leonesa, para aliviar resfriados, y avellanas y nueces de la comarca del Bierzo, para elaborar aceites.

Seguimos nuestra ruta volviendo de nuevo a la ciudad y acudimos al antiguo Convento de San Marcos, cuya fachada es perla del plateresco español, donde aquel octubre de 1876 se unieron las Artes y las Ciencias en la “Exposición Regional Leonesa”. Fue organizada a imitación de la primera de Europa, en 1851 en Londres y de la primera de España en Santiago de Compostela en 1858, en las que se mostraban al mundo las innovaciones científicas y tecnológicas desarrolladas a lo largo del siglo XIX.

A Exposición Rexional Leonesa de 1876.

La galería del claustro del actual Parador de San Marcos se engalanó con los expositores venidos desde las 29 provincias españolas que acudieron a la cita. La Fábrica de Productos Químicos y farmacéuticos, propiedad de la Sociedad G. F. Merino e Hijo (más tarde Sociedad Leonesa de Productos Químicos) presentó tal variedad de productos que se editó un catálogo específico y le fue entregada, por el rey Alfonso XII, una Medalla de Oro. Si nos acercamos hasta la céntrica Plaza de Santo Domingo, encontraremos en el Museo de León, una medalla posiblemente de bronce, recuerdo de la Exposición.

Como curiosidad, en el área de salubridad pública del Ayuntamiento de León, descubrimos entre la instrumentación del antiguo Laboratorio Municipal inaugurado en 1925 una probeta graduada de vidrio soplado, grabada al ácido, traída de París, en la que aludiendo al fabricante, se lee: “Poulenc Frères, Paris».

Medalla conmemorativa da Exposición Rexional Leonesa.

Tan solo a unos metros, frente a la muralla medieval, en la fachada de un interesante edificio neohistoricista, leemos:” Instituto Provincial de Higiene – Año de – MCMXXVII”. En sus laboratorios, esas ”estancias sagradas“ como las denominó Pasteur, se inoculaba la vacuna de la rabia descubierta por el célebre químico francés. Los materiales de vidrio allí utilizados, probetas y copas graduadas, son hoy día piezas del Museo Etnográfico Provincial de León.

Muy cerca, en el Jardín de San Francisco, los amantes de la botánica podrán disfrutar de árboles centenarios como el Cedro del Atlas o el Castaño de Indias. Y a la salida del parque, compartiendo espacio con el Instituto Confucio, encontramos una muestra de los objetos del futuro MULE (Museo Universitario). Entre ellos, destacan la increíble colección de mariposas, láminas murales zoológicas o la antigua instrumentación de laboratorio.

Fachada do Instituto Provincial de Hixiene.

Y sobresale de manera especial una obra comprada en 1865, utilizada por los alumnos de Veterinaria y que representa la fusión del arte y la ciencia: El caballo del Dr. Auzoux. La obra, realizada con una mezcla de arcilla, corcho y papel presenta un nivel de detalle espectacular y se desmonta pieza a pieza, descubriendo la anatomía del animal. ¡Solamente se conservan poco más de una decena en todo el mundo!

La última parada, junto a la estación de tren, nos lleva a conocer otra maravilla del pasado científico de León, declarada BIC (Bien de Interés Cultural) en 1991: La Fábrica de Productos Químicos Abelló. En sus orígenes albergó la importante “Papelera Leonesa” y años más tarde dio cobijo a otras industrias químicas en las que se producía, entre otros compuestos, agua oxigenada, éter, usado como anestésico durante la Guerra Civil, y posteriormente ¡el popular Frenadol!

Es de admirar la imponente chimenea, uno de los elementos arquitectónicos más representativos del patrimonio industrial, que lleva inscrito el año de su construcción, 1900. Los edificios que la flanquean sujetan dos placas en las que se lee: “Productos” y “Químicos”, señalando la importante industria química que allí se instaló.

Y la Ciencia del siglo XXI, ¿estará dejando huellas en León? ¡Por supuesto que sí! Pero esa ya será otra historia…y otro paseo.

 

*Rocío Rodríguez Herreras es química y divulgadora científica leonesa, delegada técnica de Observer en León. 

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