Muchas cosas han cambiado desde comienzos de marzo de 2020. Y los medios de comunicación, como garantes y mediadores de la opinión pública en las sociedades democráticas, han jugado un papel esencial en todas las etapas de esta crisis. Desde la incertidumbre y la falta de previsión de los primeros momentos, hasta el momento de los primeros confinamientos, las semanas más graves en cuanto a fallecimientos, la ciudadanía ha demandado información a través de todo tipo de formatos, tanto los más ‘tradicionales’ como los de más reciente información. Y en medio de todo este flujo de lo que a veces se llama ‘infoxicación’, o ‘infodemia’, muchas veces difícil de procesar por su volumen, ha tomado fuerza el fenómeno de la desinformación y las noticias falsas. Era un problema que ya estaba presente en la sociedad, pues ha sido caldo de cultivo de algunos de los terremotos sociales y políticos de los últimos años. El auge del populismo en Europa y América, las crisis humanitarias de los refugiados en el Mediterráneo o en Myanmar y otros acontecimientos recientes han sido espoleados por todo tipo de rumores, bulos, informaciones sesgadas y manipulaciones que, en ocasiones, han llegado a causar conflictos sociales.
Desinformación sobre el coronavirus
Cualquier acontecimiento extraordinario genera repercusiones extraordinarias. El impacto global de la pandemia provocada por el coronavirus SARS-CoV-2 ha sido tan grande que no han tardado en surgir todo tipo de teorías que, sin apenas solidez ni evidencias, ofrecían respuestas sencillas a un enorme grado de incertidumbre. El desconcierto y el miedo en la población han sembrado el terreno para todo tipo de teorías de la conspiración, supuestos tratamientos milagrosos y mensajes negacionistas sobre la pandemia.
Mediante las redes sociales, un enorme caudal de información sin filtros con multitud de emisores y receptores, la desinformación ha alcanzado niveles preocupantes. La imposibilidad material de contrastar y contraargumentar todos estos mensajes hizo calar mensajes que fomentan la desconfianza en las instituciones y, de esta forma, abren preocupantes grietas en la opinión pública. Disfrazadas de mensajes ‘antisistema’, estas consignas son el vehículo perfecto para desgastar el trabajo de la comunidad científica y las instituciones frente a la pandemia.
«Los mensajes desinformativos en este contexto, y ya previamente, básicamente llegan de nuevos actores que están en el ecosistema comunicativo», explica Xosé López García, catedrático de Periodismo de Ciencias de la Comunicación de la Universidade de Santiago de Compostela. «Ni los medios de comunicación tradicionales ni nativos digitales son los que más contribuyen a las noticias falsas. A veces sí intervienen en aspectos de desinformación con noticias erróneas, mal planteadas, sesgadas y poco matizadas, pero buena parte de la desinformación y de las noticias falsas llegan de nuevos actores», concreta López, que ha analizado en los últimos meses las primeiras lecciones de la gestión de la crisis y la comunicación que se ha hecho de ella (ver PDF).
En este sentido, la Comisión Europea ha desarrollado desde el comienzo de la pandemia un trabajo de cooperación con medios de comunicación, plataformas sociales y demás agentes con el objetivo de frenar la desinformación y transmitir información oficial y contrastada sobre la Covid-19. Así, el centro de información de redes como Facebook e Instagram ha dirigido a más de 2.000 millones de personas de todo el mundo a los recursos de la OMS y otras autoridades sanitarias.
Y por otra parte, entre enero y agosto de 2020, entidades como Google han bloqueado o retirado más de 82,5 millones de anuncios relacionados con información falsa o inexacta sobre el coronavirus, y ha suspendido más de 1.300 cuentas de anunciantes. Y otro informe de Twitter sostiene que la plataforma ha detectado alrededor del 80% del contenido infractor en mensajes sobre la pandemia.
Estrategias
Frente a estos nuevos actores, las estrategias para contener la propagación de la desinformación y las noticias falsas virales se complican. ¿Cómo se puede abordar la cuestión? La polarización de la sociedad, la confusión en determinados enfoques que difuminan las fronteras entre el método científico y el debate político, y la dificultad de una parte de la sociedad para asumir e interpretar las nuevas formas de comunicación agravan el problema.
A raíz de este nuevo ecosistema comunicativo, han surgido en los últimos años diversas iniciativas de verificación que, al modo de una vacuna, intentan frenar la difusión de este tipo de mensajes. Y aquí, la responsabilidad individual y de las instituciones juegan, como ocurre con la pandemia, un papel esencial para mejorar la situación.
«Es difícil combatir la desinformación en un escenario en el que se multiplican los flujos y donde quien quiere desinformar aplica las mismas técnicas que quien quiere informar», expone Xosé López. Ante este panorama, «la única opción que nos queda es la alfabetización mediática», expone el profesor de la USC, que concluye: «Mientras no tengamos un alfabetización, es decir, un mejor conocimiento sobre cómo funcionan los medios y sobre cómo se difunden y elaboran las noticias, la única solución que tenemos, o la primera y desconfiar de aquello que nos sorprende excesivamente, y por tanto, en esos casos, verificar las fuentes, ver quién elabora esa información, si es un medio en el que confiamos y si confiamos pero es muy sorprendente, es necesario observar la trazabilidad y el origen de esa desinformación o información».
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