sábado 7 diciembre 2024

¡Viajeros (científicos) al tren!

«Cierto, cuando usted abandone este templo tan ingenioso y sabio, no poseerá toda la ciencia de la materia, pero habrá adquirido inteligencia» (Le Matin, cita referida a la Exposición Universal de 1937 en París)

«El mundo es como un libro y los que no viajan leen sólo una página»
San Agustín

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De pequeña me sentía fascinada por los grandes exploradores, supongo que de ahí y de la curiosidad que me generaban los libros de aventuras y descubrimientos nace mi interés por la ciencia y los viajes. Creo que establecía una asociación directa entre exploración, aventura y ciencia. No podía haber una sin las otras. Y aunque por aquel entonces no tenía muy claro que era eso de «hacer ciencia» o ser científico, parece que mi intuición infantil no me fallaba. El viaje es conocimiento.

Lo cierto es que desde siempre los mundos del turismo y la exploración científica han estado fuertemente conectados. Dudo que pudiese existir el Origen de las especies y la Teoría de la evolución si Darwin no se hubiese embarcado en el Beagle. Y seguramente buena parte de la fauna, flora y geografía de América Latina tardaría en ser documentada si no fuese por el naturalista alemán Humboldt, que recorrió buena parte de ese continente a principios del S. XIX.

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El concepto de ‘turismo científico’ aparece en los años 90 del siglo XX

Podríamos seguir con ejemplos más recientes. Como Cousteau. Y Jane Goodall, Dian Fossey o Eileen Collins, quienes por cierto, además, rompieron todos los estereotipos con respecto a lo duro que podía ser para una mujer el trabajo de campo, tanto en tierra como en el espacio.

Pues bien, la primera noción de Turismo Científico a la que se refieren numerosos autores a partir de los años 90 y de la que derivan algunos productos turísticos, es una prolongación de todo este fenómeno. Hay más ejemplos. Y todos ellos servirían para contextualizar lo que hoy conocemos como Turismo Científico, Turismo de Ciencia o Turismo de divulgación científica.

No me resulta difícil imaginar que la primera duda que pueda surgir al lector de un blog de Turismo Científico sea precisamente acerca de su significado, del concepto, porque no está exento de «pequeñas» polémicas en el intento por definirse y regularse.  Desde esa  primera aparición en los años 90 refiriéndose exclusivamente a los investigadores que se desplazaban para realizar trabajo de campo, el turismo científico ha ampliado su público hasta convertirse en lo que es hoy: una buena herramienta de divulgación científica para todos los públicos. Y sobre esto no parece haber tantas dudas.

Aún así,  es en los últimos años cuando ha empezado a desarrollarse con más fuerza, debido, en parte, al cambio en las motivaciones turísticas de los nuevos perfiles de viajeros, que demandan mayor profundidad en el conocimiento de los lugares visitados. ¿Pero cómo definirlo entonces?

Feynman muestra la importancia del conocimiento científico, de su divulgación y de la belleza

En el libro «Qué te importa lo que piensen los demás» del premio Nobel de Física, Richard Feynman, encontré por casualidad un fragmento muy ilustrativo de lo que para mí es la esencia de este tipo de turismo. Lógicamente Feynman no habla expresamente de turismo científico, sino que pretende  explicar las razones que lo llevaron a él a hacerse científico. El libro es un clásico lleno de anécdotas graciosas que hacen que Feynman, además de un genio de la física, sea también un tipo muy cómico.

Dice así:

«Tengo un amigo pintor; a veces sostiene opiniones que no comparto. Toma una flor y te dice, «Mira qué hermosa es», y yo me muestro de acuerdo. Pero entonces añade, «Yo, como pintor que soy, puedo ver cuán hermosa es una flor. En cambio tú, como científico, la analizas y haces pedazos, y su belleza se esfuma». A mí me parece que está un poco chiflado. Ante todo, la belleza que él ve está al alcance de otras personas, y también de mí, estoy seguro. Aunque es muy posible que estéticamente yo no sea tan refinado como él, sé apreciar la belleza de una flor. Pero, al mismo tiempo, veo en la flor mucho más que él. Puedo imaginarme las células de su interior, que también tienen una cierta belleza. Pues no sólo hay belleza a la dimensión de centímetros; existe igualmente belleza en dimensiones mucho menores. Están las complicadas acciones de las células y otros procesos. El hecho de que el colorido de las flores haya evolucionado con el fin de atraer insectos que las polinicen es interesante: comporta que los insectos pueden ver los colores (…) Del conocimiento de la ciencia emanan toda clase de preguntas interesantes, que aportan a la flor misterio, excitación y sobrecogida admiración. La ciencia siempre suma. No se me alcanza cómo puede restar (…).»

Con este fragmento, Feynman nos muestra la importancia del conocimiento científico, de su divulgación, y de la belleza de profundizar en la naturaleza de lo vemos. Y este es, en definitiva, el objetivo final del Turismo Científico: ir un poco más allá de la simple observación, al tiempo que adquirimos recursos para entender mejor el funcionamiento de lo que nos rodea.

Ocasionalmente me ocuparé en este espacio de algunos lugares, ciudades y destinos de ciencia, naturales y urbanos, históricos o de actualidad. Porque la ciencia está en todas partes y es bueno que no pase desapercibida.

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