El amor, ¿una cuestión de química?

Sustancias químicas como la dopamina despiertan el deseo que podemos sentir por otra persona, pero solo unos vínculos profundos garantizan una relación duradera

Un gesto, una mirada, los rasgos de una persona o simplemente su voz. Cualquiera de estos pequeños detalles puede despertar en nosotros una atracción física, sexual o emocional provocada por nuestras hormonas que, una vez en acción, pueden llevarnos a sentir deseo, amor y cariño. Cada una de las fases de la relación entre dos personas está relacionada con una parte del cerebro, desde el más primitivo hasta el más racional, y es resultado del efecto de diferentes sustancias químicas. 

La atracción física o sexual aparece cuando, gracias a nuestros sentidos, nuestras hormonas reaccionan ante algún elemento determinado que es de nuestro agrado.

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“Existen muchos estudios sobre lo que nos atrae de las personas. Algo muy curioso es que, en general, nuestro canon de belleza está relacionado con todo lo que ya conocemos. También es curioso que muchas veces nos gustan aquellas personas que se nos parecen, porque también es lo que mejor conocemos. La vista identifica eso inmediatamente, además de otras características como puede ser la simetría de un rostro. Quizás ésto sea el origen de los cánones griegos y la proporción áurea, y por eso la gente que tiene cierta simetría es considerada, a menudo, hermosa. Pero también es verdad que ciertas asimetrías nos producen una especie de juego mental desafiante que también nos puede atraer mucho”, nos cuenta Ana García Deibe, catedrática de Química Inorgánica en la Universidad de Santiago de Compostela. 

La fea que nos hace perder la cabeza

Si la atracción física se alimenta con algún tipo de contacto entre dos personas y la satisfacción y el bienestar se confirman, entra en acción una molécula que nos llevará a experimentar síntomas que no engañan : excitación, felicidad, falta de apetito y hasta cierta obnubilación. Esta molécula de nombre feniletilamina y apodada “la fea” por sus siglas, se desencadena gracias a sustancias como la dopamina o la serotonina. Un cóctel del que es difícil desengancharse.

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“Tiene un efecto adictivo, porque la FEA, la feniletilamina, es una anfetamina. De hecho, los mecanismos y las partes del cerebro que se excitan con este tipo de moléculas son las mismas que se excitan con el juego o con las drogas, son muy parecidas. Por eso el amor también es, en cierta manera, adictivo, y por eso echamos de menos a alguien y se crea dependencia de una persona. Los niveles de dopamina y de serotonina, y esa felicidad que sentimos, hacen que cada vez tengamos más ganas de ver a la otra persona, sentir la excitación y las descargas de adrenalina que aceleran el corazón y hacen que nos suden las manos. Eso de que el amor es ciego es verdad, porque esas reacciones químicas hacen que se nos obnubile la zona del cerebro que es más racional. La feniletilamina también está presente en muchos alimentos, el más conocido es el chocolate. Por eso, cuando hay una ruptura amorosa y sentimos la falta de esta molécula, abusamos de él”, nos explica la científica de la USC.

La oxitocina, la verdadera hormona del amor

Si la FEA siempre fue considerada como la “molécula del amor”, García Deibe defiende que ese título debe pertenecerle a la oxitocina, una hormona que también está presente en el apogeo del deseo, pero que permanece en el tiempo garantizando otra fase de nuestra relación con la otra persona : la del cariño, la del apego, la del amor sereno y duradero

“Cuando la FEA deja de hacer su efecto, cuando el tiempo de apogeo se acaba, lo que tienes es que sentir más vínculos con la otra persona. Ya no funciona solo la atracción física. Esa atracción tiene que verse reforzada por otras cosas. En ese momento entran en acción otras moléculas y la más conocida de ellas es la oxitocina. Esta molécula es la que se libera con los abrazos o con los besos. La feniletilamina es conocida como la molécula del amor, cierto, pero realmente la hormona del amor es la oxitocina, porque es la que permanece en el tiempo y la que nos da satisfacción no solo con el contacto sexual, sino también con el contacto en general, con todas las personas. Por eso decimos que seguramente en la pandemia echábamos tanto de menos los abrazos de la gente. Es eso, es el contacto. La oxitocina es la hormona del amor y la FEA, a feniletilamina, la molécula de la exacerbación amorosa”, subraya la profesora de Química. 

¿Amor con fecha de caducidad?

Aunque algunos estudios neurológicos aseguran que el amor, en su cénit, dura menos de tres años, García Deibe insiste en que éste solo finaliza si no se crearon otros vínculos. Es decir, el amor se construye, evoluciona y, a veces, funciona.

“Estas moléculas son de metabolización rápida, por eso las reacciones en nuestro cuerpo aparecen y desaparecen. Todo son ciclos y eso está muy bien porque, de lo contrario, estaríamos todo el día ahogados, colorados, no tendríamos otra vida, no comeríamos, no dormiríamos, no haríamos nada. Pero llega un momento en el que el cuerpo ya dice, necesitamos hacer otras cosas. Es el cerebro réptil que dice hay que comer y beber, no solo reproducirse. Es cierto que algunas investigaciones datan el amor en tiempos cortos, pero también se han hecho trabajos neurológicos que estudiaron las reacciones de algunas parejas veinticinco años después de conocerse y seguían sintiendo una cierta excitación, pero gracias a mecanismos diferentes a los del principio”, afirma.

Ahora que ya sabemos que la expresión “tener química con alguien” no es solo una frase hecha, sino que reflexa perfectamente nuestra naturaleza, la profesora de la USC nos asegura que la parte más evolucionada de nuestro cerebro también es capaz de discernir y controlar, si es necesario, los estímulos que provocan en nuestro cuerpo las hormonas. 

Para finalizar, García Deibe no puede ofrecernos la fórmula mágica del amor sereno y duradero, pero insiste en que el apego y el cariño que nos ofrece la oxitocina, juegan un papel muy importante para llegar a disfrutarlo:

“Es evidente que hay gente con la que te sientes especialmente cómoda, sino las amistades no durarían lo que duran. Hay gente con la que te encuentras veinte años después y sigues encontrándote tan cómoda como la primera vez. Pero es porque nos ofrecen otras cosas, no es solo porque nos producen siempre una felicidad exacerbada. Con eso no se vive, quizás un tiempo, pero tiene que haber otras cosas. Y esas son las que crea nuestro cerebro más evolucionado”, finaliza la catedrática.

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