Nuestros ancestros bajaron un día de los árboles para levantar la vista y caminar bípedos. Esto les permitía estar alerta en la sabana africana. Lo fundamental siempre ha sido defenderse de los depredadores, sobrevivir y seguir adelante con la evolución. Las guerras por el territorio, el alimento, las hembras… Al final, ahí seguimos haciendo lo mismo pero usando artimañas diferentes. No solo las guerras se lidian con armas de fuego, con piedras y palos, o simplemente con piropos como en la guerra del amor, también existen guerras más allá de nuestros sentidos, las guerras celulares a nivel molecular.
¡Mamá! me duele un diente. Allá vas de cabeza con tu hijo al dentista que te dice: su hijo tiene caries, necesita un empaste. ¿Cómo? Si se cepilla los dientes. Pues tiene caries. Y uno se queda con la boca abierta, nunca mejor dicho, y nos hacen el a veces molesto empaste. Las infecciones bacterianas producen inflamación y con ello dolor, la caries es una de ellas. El esmalte que recubre nuestros dientes es el material más duro del cuerpo humano, y sin embargo, no hay barrera que se le resista a la naturaleza, ni física, ni geográfica. Estos ataques ocurren por algo tan simple como la propia supervivencia de bacterias, virus…Necesitan nutrirse, vivir, reproducirse como nosotros. La supervivencia del más apto, como decía Charles Darwin. Si consiguen cruzar nuestras murallas de defensa, muchas veces es nuestra perdición. La pregunta es: ¿cómo nos defendemos contra estos invasores microscópicos?
Los ataques son constantes, estamos expuestos a millones de tóxicos, infecciones, células cancerosas, etcétera. Sin embargo, aquí estamos, vivitos y coleando. Algo ha ocurrido a lo largo de nuestra evolución, uno de los grandiosos inventos de la naturaleza, algo que lucha por nosotros sin pedir nada a cambio, cuya única misión es mantenernos con vida, luchar por nosotros hasta nuestro último suspiro. ¿Quiénes son esos guerreros incansables que nos protegen? Las células de nuestro Sistema Inmunitario, principalmente los famosos leucocitos o glóbulos blancos, nuestras hachas de guerra, con memoria a veces, y casi siempre infranqueable.
Casi todas los seres vivos tienen lo que se llama sistema inmunitario innato, es decir, nuestra primera línea de defensa que lanza un ataque inmediato, no específico. Algo así como los guerreros espartanos de la película 300. Los humanos, como otros vertebrados, también poseen un sistema inmunitario más avanzado que se llama inmunidad adquirida o adaptativa. Su peculiaridad reside en que tiene lo que se denomina “memoria inmunitaria”. Una vez nuestros anticuerpos tropiezan con un patógeno, lo fichan como el FBI americano, y se acuerdan de él muchas veces hasta la muerte, generando así una memoria adquirida. Así pasen años, nuestro sistema inmune genera anticuerpos específicos para esos patógenos, y si se vuelven a tropezar con él una segunda vez, estaremos alerta, preparados y la respuesta inmune será mejor. El segundo ataque será masivo, más rápido y eficaz.
Las vacunas se basan en esta memoria adquirida. Básicamente le damos al sistema inmune un recordatorio para que no se olviden de los malos de la película, los patógenos que nos atacan. Por ejemplo, la vacuna anual contra la gripe, lo cual tiene también su lado negativo al aumentar la resistencia del virus ¿Por qué? Los patógenos no son tontos y muchas veces mutan de manera muy rápida, algo así como cambiarse de disfraz constantemente, y esto les permite pasar desapercibidos y no ser interceptados ni con las vacunas. Un ejemplo de esto es el retrovirus del SIDA o virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), cuya tasa de mutación es muy elevada. Esto lo hace más resistente y agresivo, lo cual acelera el proceso de la enfermedad al verse anulada la eficacia terapéutica. El VIH infecta e inactiva células del sistema inmune debilitando la respuesta inmunitaria.
Un caso curioso son las enfermedades autoinmunes, cuando el sistema ataca nuestros propios tejidos
Un caso curioso son las enfermedades autoinmunes. Ocurren cuando nuestro sistema inmune ataca a nuestros tejidos como si fueran extraños al no reconocerlos como nuestros. Algunos ejemplos son la artritis reumatoide, lupus eritematoso, diabetes mellitus tipo I y la esclerosis múltiple. En el caso de la esclerosis múltiple, nuestro sistema inmune destruye la capa de mielina o las células que producen la misma, los oligodendrocitos. Esto produce la demielinización de los axones de las neuronas, y con ello, interrumpen la transmisión sináptica, o lo que es lo mismo, bloquean las autopistas de la información de nuestro cerebro. Las consecuencias son desastrosas, como os podéis imaginar.
Tenemos también las reacciones de hipersensibilidad. Un ejemplo: la típica reacción anafiláctica de las alergias que pueden llevarnos a la muerte. En este caso, nuestros anticuerpos se unen a antígenos sobre nuestras propias células, algo así como ponernos una diana a nosotros mismos. El sistema inmune ataca, dispara y nos destruye. Y por supuesto, el cáncer, sin nuestro sistema inmune estaríamos perdidos. Las células cancerosas no son células extrañas, sino células alteradas que si no se controlan a tiempo, aquí entra en juego el sistema inmune, pueden descontrolarse y producir un cáncer y expandirse por nuestro cuerpo (metástasis).
La inmunidad es un prodigio de la evolución. Hemos sabido adaptarnos y seguimos en cambio constante. Nuestro sistema inmunitario así lo hace. Nosotros debemos hacer lo mismo, aprender y mejorar para enfrentarnos de la mejor manera posible a la vida. Un hábito de vida saludable nos ayuda no solo por fuera, sino también por dentro, y de alguna manera le evita sobrecarga de trabajo a nuestro sistema inmunitario. Si nuestro sistema inmune hablase nos diría algo así como aquella frase de Miguel de Cervantes: “¡Oh, memoria, enemiga mortal de mi descanso!”.