Autor: Sabela González | Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Santiago de Compostela |
Hombres de tierras muy lejanas hablan del poder de la luz. Hablan de ella como si de un haz poderoso se tratara, de sus poderes para transformarse en oscuridad sin morir. Dicen que se apodera del alma de sus presas para convertirse en papel cubierto de emulsión y sulfato de bario. Hablan de la escritura de la luz.
Los más supersticiosos tachan a estos magos de mensajeros del diablo. Yo, como joven alquimista, quiero ser partícipe de esta magia. Desde mi laboratorio subterráneo he investigado sobre los orígenes de este arte.
La fotografía nace del descubrimiento de sustancias sensibles a la luz y de la cámara oscura
Estudié al británico Charles E. Bennett, quien inventó una plancha seca recubierta con una emulsión de gelatina y de bromuro de plata, muy similar a las modernas. Y he seguido muy de cerca del gran William Fox Talbot, descubridor del majestuoso calotipo, la gran teoría de que el papel cubierto con yoduro de plata era más sensible a la luz si antes se sumergía en una disolución de nitrato de plata y ácido gálico.
Hasta he leído los antiguos los experimentos con nitrato de plata de Schulze y las notas de mi familia sobre Luna Cornata, aun datándose de tiempos muy pasados.
Y cómo olvidar los grandes logros de mi querido John Herschel: gracias a él y a su brillante hiposulfito de sosa las imágenes ya no desaparecen.
Y yo ahora quiero volver a este pasado, a la esencia de este arte. Las gentes de arriba solo corren apuradas. Piensan que las noticias vuelan y que tienes que volar tú también para poder cogerlas. De este modo olvidan el valor de la vida. Yo desde mi laboratorio busco la calma con este revelado. Dejo rienda suelta a la luz para que rebote contra estas cuatro paredes oscuras hasta que se plasman en mi papel. Juego con ella para explotarla al máximo, para exprimir la realidad y crear una nueva.
Desde comienzos del siglo IV antes de Cristo el hombre ha querido captar el mundo que lo rodea
Puedes jugar con las formas y los espacios. Busco recrear la cámara oscura de la que tanto habló Aristóteles, pero que tuvo que esperar varios siglos hasta llegar a las manos de Da Vinci para hacerse realidad. Pero también puedes ir más allá, combinar soportes y materiales, hasta recrear ambientes imposibles en nuestros días, pero que el revelado hace posible.
Iluminado bajo la tímida luz de una bombilla roja, uso la ciencia como varita para dar pie a mi imaginación y volver al siglo XVIII donde cada imagen seguía siendo un duro proceso de horas de trabajo: desde encontrar el encuadre perfecto hasta asegurarte de que no entraba ni un haz de luz blanco en la sala de revelado. Solo hay una oportunidad, y esa es la magia de este arte convertido en ciencia.
Mi templo es mi laboratorio en la planta baja de la Facultad de Ciencias de la Comunicación. Mis discípulos son todos los alumnos curiosos de la Universidad de Santiago de Compostela. Y este aventurado alquimista de la luz puedes ser tú si te acercas a conocer este arte.