viernes 26 abril 2024

Éter, cloroformo y Santiago de Compostela

La capital de Galicia fue pionera en España, en 1847, en el uso de la anestesia general para la cirugía; un hito poco conocido fuera del ámbito académico

El año 1846 marcó un antes y un después en la historia de la Medicina y de la humanidad. Fue el año en el que se encontró el método adecuado para hacer cirugías generales, durmiendo por completo al paciente. Antes de esa fecha las operaciones quirúrgicas suponían un trauma brutal y muchas personas incluso preferían la muerte antes que pasar por el mal trago de una cirugía.

La anestesia general supuso un gran salto. Permitió ahorrar sufrimiento al enfermo y además hizo posible abordar cirugías más complejas y que salvaron más vidas. Santiago de Compostela fue la primera ciudad en España en la que se aplicó. Un hito poco conocido fuera de ámbitos médicos, en el cual el Camino de Santiago jugó un papel fundamental, al convertir a la ciudad durante siglos en un lugar de confluencia de saberes y de personas de muchas nacionalidades. Una suerte de historia, determinante en la creación y transmisión de nuevo conocimiento cultural, y también científico, en este caso ligado al ámbito de la Medicina.

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Xosé Carro Otero, médico, antropólogo, profesor y Presidente de la Real Academia Gallega de Medicina, es uno de los mayores conocedores de la Historia de la Medicina e Historia compostelana, y explica en profundidad y con muchos detalles el uso pionero de la anestesia en Galicia, y sobre el papel que jugó Santiago y su Universidad en este importante hito científico.

Parte da Colección de Anestesioloxía da Facultade de Medicina da USC.
Parte de la Colección de Anestesiología de la Facultad de Medicina de la USC.

Según explica el profesor Carro Otero, la cirugía «moderna» se hizo posible en 1846 gracias al descubrimiento de la anestesia general. Hasta ese momento, las únicas operaciones que se hacían eran las llamadas «externas«, pues las intervenciones en las distintas cavidades internas, como la abdominal o la pélvica, antes de la anestesia general nunca habían sido posibles. Explica Carro Otero que en el caso del abdomen, la aplicación de la anestesia fue especialmente significativa, al impedir la contracción espontánea de los músculos de la pared abdominal. Antes de eso, añade, cuando se hacía una incisión en el abdomen, los intestinos se salían y no había forma de volver a introducirlos.

No obstante, la anestesia tiene una historia muy larga que se remonta a mucho antes de la primera sedación general. Desde la Prehistoria, los humanos han estado buscando sustancias analgésicas y anestésicas para mitigar el dolor de las intervenciones realizadas sobre los enfermos. Por ejemplo, fue muy común el uso del alcohol, tal y como reflejó habitualmente el cine, la cocaína, determinadas hierbas o algunos derivados del opio y el cannabis. También era habitual emplear métodos físicos para producir en el enfermo un coma temporal. Esto se conseguía mediante un golpe en cabeza para que perdiese el conocimiento, o a través de un pequeño y supuestamente controlado estrangulamiento. Al final, el método más eficaz resultaba ser, casi siempre, sujetarlo por la fuerza. Con todo, y a pesar de la intensa búsqueda a lo largo de los siglos, todos esos métodos resultaron intentos fallidos al no conseguir dormir completamente al enfermo.

Por suerte, esto empezó a cambiar, y lo hizo en paralelo a los inicios y avances de la Química. Fueron el éter sulfúrico y el cloroformo las sustancias que al fin consiguieron dormir por completo al paciente. El éter cómo sustancia química, llamado entonces vitriolo dulce, fue descubierto en el siglo XIII. No obstante, hasta llegar a su uso anestésico a mediados del XIX tuvieron que pasar varios siglos sin grandes avances. En cuanto al cloroformo, su descubrimiento fue más reciente, de principios del XIX. Aún así, no fue hasta los años 40 de ese mismo siglo cuando comenzó a usarse como anestésico.

El profesor Carro Otero comenta que el descubrimiento del éter como anestésico fue un hallazgo curioso. En aquella época, y en determinados círculos, se habían puesto de moda las llamadas «fiestas del éter«. En ellas se inhalaban determinadas sustancias sólo por la diversión que provocaban sus efectos. Fue en una de esas fiestas en el año 1842, cuando un médico norteamericano llamado Crawford Williamson Long se dio cuenta de que sus amigos eran insensibles al dolor después de inhalar el éter. Enseguida pensó en su potencial aplicación a la cirugía, y días después extirpó dos tumores del cuello a un enfermo con total éxito. Continuó haciendo más operaciones administrando éter, pero Williamson no hizo público su hallazgo hasta 1849. Esto provocó que, atendiendo a la Historia, no haya sido el primero.

Otra sustancia empleada como anestésica fue el óxido nitroso, o gas hilarante, descubierto en 1800. Era uno de los gases usados en las «fiestas del éter» debido su capacidad para provocar risas de forma compulsiva. Consiguió tanta fama, que los dueños de los circos ambulantes solían incluir un número para entretener a los asistentes. Horace Wells, dentista de Boston que se encontraba entre el público en unos de esos espectáculos, observó como uno de los participantes, llevado por la excesiva euforia al inhalar el gas, se golpeaba las piernas y sangraba. Sin embargo, no manifestaba dolor, e incluso se reía de forma descontrolada. Wells, después de tal descubrimiento, llegó a usarlo en intervenciones odontológicas de manera habitual. Pero no tuvo la suerte de conocer realmente todo el alcance de su hallazgo.

La capacidad anestésica del gas hilarante era menor que las otras dos, quedando al final, restringido su uso a intervenciones más pequeñas, como las odontológicas. Sin embargo, su descubrimiento abrió camino a nuevas investigaciones con otras sustancias como el éter, que sí fueron más determinantes y que permitieron que el 16 de octubre de 1846 tuviese lugar el gran salto. Ese día, el doctor John Collins Warren consiguió extraer, empleando éter, un tumor del cuello a un enfermo hoy célebre, Edward Gilbert Abbott. Fue en el Anfiteatro del Hospital General de Massachusetts (Estados Unidos); lugar que pasó a ser conocido como Ether Dome (Cupula del Éter). La pintura que escenifica la operación ya forma parte de la Historia de la Medicina.

Cadro de Robert C. Hinckley que recolle a primeira operación con éter como anestésico da historia.
Obra de Robert C. Hinckley que inmortaliza la primera operación con éter como anestésico de la historia.

Poco tiempo después de la primera intervención, el uso del éter se extendió rápidamente por Estados y Europa. En cuanto al cloroformo, fue utilizado por primera vez en 1847 por James Young Simpson, ginecólogo escocés que comenzó a usarlo para anestesiar durante los partos. En ese momento se buscaban ya nuevas sustancias con menos efectos secundarios que el éter. Y el cloroformo, que en aquel entonces aún no se sabía que era más tóxico que el propio éter, se popularizó rápidamente como anestésico. Décadas más tarde se volvió al éter.

En Galicia, solo cuatro meses después de la operación de Massachusetts, en febrero de 1847, se constata que tuvieron lugar en Santiago de Compostela las primeras cirugías con anestesia de España. Fueron en el antiguo Hospital Real. Se sabe que las realizó el cirujano y catedrático de la Facultad de Medicina compostelana, el profesor José González Olivares. En estas primeras operaciones se usó éter. No obstante, meses más tarde, como sucedía en el resto de Europa, se introduciría también el cloroformo. En este caso, los pioneros serían los cirujanos y profesores de Medicina de la USC: Andrés Laorden y Vicente Guarnerio. 

Ambas sustancias, éter y cloroformo, explica Carro Otero, no eran fáciles de conseguir y se tuvo que buscar quien las preparara en Santiago de forma habitual. El encargado de su elaboración empezó a ser el catedrático de Química de la USC, Antonio Casares Rodríguez, fundador en 1843 de la Farmacia de la Praza do Toural de Santiago. Años más tarde se convertiría también en ilustre rector de la Universidad de Santiago. Al profesor Antonio Casares Rodríguez, se le reconoce, entre otros, el mérito de hacer preparados «puros» que evitaron muchos de los efectos adversos, incluidas muertes, que se estaban observando en otros hospitales de España y Europa. Comenta el profesor Carro Otero que era habitual en aquel inicio de la anestesia, que muchas de las elaboraciones usadas, estuvieran adulteradas para lograr mayores e ilícitos beneficios comerciales. Casares dejó escrita una publicación médica, del año 1848, en la que explica, no sólo el proceso de preparación del cloroformo, sino también las observaciones hechas al probarlo en sí mismo con el objetivo de conocer mejor sus efectos. Asimismo, desarrolló un protocolo para que los cirujanos compostelanos aprendieran a reconocer los preparados adulterados.

Del éter y el cloroformo a otras sustancias

Ya casi a finales del siglo XIX y después de muchos efectos adversos producidos por el cloroformo en todo el mundo, se volvió al éter, siendo el anestésico estándar usado hasta 1960. Entretanto, fueron surgiendo nuevos anestésicos, también locales, y aparatos para aplicarlos, así como nuevas técnicas de aplicación. La Universidad de Santiago siguió teniendo un peso destacado en muchas de esas investigaciones y aplicaciones médicas. El éter fue desplazado en la segunda mitad del siglo XX por nuevos y diferentes anestésicos, mucho más potentes, hasta llegar a las sustancias usadas en la actualidad.

A pesar de todos los avances y estudios científicos, todavía no se conocen con exactitud los mecanismos de acción de la anestesia, habiendo ciertas teorías que, recientemente, fueron puestas en entredicho. 

En la actualidad, en la tercera planta de la Facultad de Medicina de la Universidad de Santiago puede visitarse la colección dedicada la Historia de la Anestesiología. La muestra conserva algunas piezas del antiguo instrumental médico anestésico, quirúrgico y de reanimación de Galicia.

La colección dependiente actualmente de los Museos de la Xunta de Galicia, es muy interesante, pero necesita, para mayor comprensión del visitante, más espacio, organización y un mayor relato de las piezas expuestas. No parece a simple vista, al visitarla, que se esté haciendo una valoración justa del papel que la ciudad, la Facultad de Medicina y la propia Universidad tuvieron en un hecho tan importante como el descubrimiento de la anestesia.

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