Jorge se ha partido una muela al masticar una aceituna con hueso. Barcos pesqueros regresan del Índico a Vigo repletos de tiburones de los que deberán descartar buena parte de sus piezas. Ni Jorge ni el armador de esos barcos pueden sospechar que los problemas de cada uno van ser las soluciones del otro. Él curará su dentadura con piezas extraídas de la boca de los escualos, mientras que el propietario de la carga logrará un rendimiento económico a partir de restos destinados a engrosar el contenedor de los descartes.
Una investigación llevada a cabo en Vigo con excelentes resultados, ya testados, permitirá la el aprovechamiento de los dientes de las especies tintorera y marrajo para la generación de tejido óseo, de gran utilidad en los campos de la traumatología y, muy especialmente, la odontología, en lo que constituye un innovador avance biomédico y del aprovechamiento de los recursos marinos.
Tres años de estudios realizados por investigadores del Grupo Novos Materiais de la Universidade de Vigo, integrados en el proyecto Biocaps, están a punto de dar sus frutos y facilitar que la historia de Jorge y Copemar culmine con la consecución de la patente. Jorge es el nombre que Biocaps, el programa del Instituto de Investigación Biomédica de Vigo, eligió para el personaje ficticio de un vídeo divulgativo dirigido por Paulino Pérez que trata de exponer de forma muy didáctica la utilidad de la investigación. Y Copemar es la empresa armadora que colabora en el proyecto, efectuado en el marco del programa europeo MARMED de desarrollo de productos innovadores de valorización de recursos marinos.
La valorización de los dientes de tiburón es un ejemplo claro de las posibilidades de la biotecnología roja, la orientada hacia la medicina. No es una novedad el aprovechamiento de piezas animales para la elaboración de cerámicas biológicas, pero el hueso bovino que se venía utilizando hasta ahora se ha complicado tras la confirmación del riesgo de transmisión de la encefalopatía espongiforme bovina, conocida como el mal de las vacas locas, un riesgo que desaparece con el uso de dientes de tiburón. No hay toxicidad en las piezas de escualos, como se ha demostrado en los laboratorios del Grupo de Novos Materiais de Vigo.
En el puerto pesquero vigués, uno de los más importantes del mundo, se descargan cada año 3.000 toneladas de tiburón –principalmente tintorera y marrajo procedentes del Índico–, lo que lo convierte en el principal de España en esta especie. Las aletas tienen gran aceptación en el mercado asiático y la carne se vende en Europa, pero es ingente el volumen de descartes que deben gestionar los armadores en la práctica totalidad de los animales. “El tratamiento de los recursos marinos no se está llevando a cabo de forma sostenible, lo que acarrea el descarte de subproductos con un elevado potencial de valorización”, reflexiona Julia Serra, del grupo investigador. El proyecto MARMED permite realizar estudios de casos reales en colaboración con la industria para la generación de productos biomédicos con un alto valor añadido procedentes de las empresas del sector.
El mal de las vacas locas impide la implantación de hueso bovino
El proceso al que se someten los dientes de tintorera y marrajo es relativamente sencillo. Comienza con el lavado y secado de las piezas, para proceder después a su molerlas y tamizarlas. Se introducen a continuación en un horno para exponerlas a una temperatura de 1.500 grados, lo que elimina todo resto orgánico. El material se somete a un estudio morfológico al microscopio para caracterizarlo y ya está listo para las pruebas biológicas. Las realizadas con cráneo de rata dieron unos resultados sensacionales, por lo que el grupo integrado en Biocaps ya ha puesto en marcha el proceso para conseguir una patente europea que se espera en cuestión de semanas.
“Una vez que consigamos la patente, el siguiente paso será encontrar una empresa que quiera licenciarla”, continúa Serra. Un acuerdo con una compañía protegido con una cláusula de confidencialidad tiene prácticamente atada la comercialización del producto. La profesora universitaria, que dirige el proyecto conjuntamente con el catedrático Pío González, recuerda con especial emoción el momento en el que observaron el material final, tras pasar el proceso de molido y pirólisis: “Blanco, granulado: perfecto”. Un material “muy amable”, que confirmó la intuición de que el diente de tiburón era perfecto para su proyecto.
Para ser exactos, no era una intuición lo que llevó a Serra y González a emprender la investigación, sino la certeza de que estaban ante el material no sintético más adecuado para los implantes que emplean los odontólogos. “Por su morfología, su porosidad, su dureza extraordinaria, su flúor, por carecer de caries…” Gracias a su investigación, los dientes de tiburón dejarán de ser un engorro para los armadores, algo más que una amenaza para los bañistas sensibles a los mitos del cine. Y Jorge podrá decir con orgullo que lleva tiburón en las encías.
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