Más de la mitad del plástico que se produce a día de hoy tiene un solo uso. Es prácticamente imposible huir de su consumo: la mayor parte de nosotros no pasamos ni una hora sin manipular plástico: desde nuestro móvil, hasta cualquier producto que compremos en el supermercado, pasando por la ropa que vestimos: absolutamente todo lo que nos rodea está hecho en base a este polímero derivado del petróleo. Y esto no va a cambiar en el corto plazo. Conocemos de sobra su impacto ambiental y, de hecho, sustituir el empleo del plástico por otros materiales menos contaminantes se plantea como uno de los grandes retos que tenemos por delante: es aquí donde aparece el bioplástico, una alternativa más sostenible y respetuosa con el medio ambiente, de origen natural y que, en algunos casos, tiene la capacidad de degradarse sin dejar ningún resto.
Producir un bioplástico capaz de competir con el plástico convencional es el objetivo final del grupo de investigación en el que trabaja la doctora en Química Anuska Mosquera y del proyecto Pretenacc en particular, que además cuenta con un punto extra de dificultad: cerrar el círculo. «Hacemos bioplásticos a partir de otros residuos, en este caso aceites vegetales«, cuenta. Y el modo en el que lo hacen, por increíble que suene, parece ciencia ficción. Coged asiento, que vamos al futuro.
Una problemática mundial
Los bioplásticos siempre tienen un origen vegetal o animal: a lo mejor, uno de los más conocidos es el hecho en base a la fécula de la patata, pero también hay otras opciones, como la soja o el maíz, o incluso las plumas de un pollo! Esto quiere decir que son materiales biobasados. Algunos de ellos, además, son biodegradables. Son muchas las ventajas de su empleo, comenzando por la menor huella que tiene su proceso de fabricación con respecto al plástico hecho con combustible fósil. Sin embargo, su coste aún es muchísimo mayor, hecho que sigue dificultando su implantación en muchas industrias.
Con todo, la reducción en el empleo de los plásticos tradicionales es una urgencia a nivel mundial: en tan solo dos décadas, la producción de residuos plásticos pasó de 180 millones a más de 350 millones de toneladas, según un informe sobre la Perspectiva Mundial del Plástico emitido por la OCDE. La mitad de estos residuos, explica el mismo informe, son depositados en los vertederos, mientras que tan solo una quinta parte se recicla finalmente. Además de suponer una catástrofe ambiental, el plástico también afecta a la salud animal y humana, tal y como indican diversos estudios.
Comed, bacterias. Comed!
Mosquera pertenece al grupo de investigación de Biotecnología Ambiental, del centro singular CRETUS (Universidad de Santiago de Compostela). Junto a dos compañeras, María Ángeles Val del Río y Alba Pedrouso Fuentes, la doctora en química lleva años estudiando en el campo de la contaminación, muy centrada, particularmente, en las aguas residuales.
Hace un tiempo decidieron probar algo nuevo: obtener un tipo concreto de bioplástico, llamado polihidroxialcanoato, a partir de los residuos de aceites vegetales: «Como ves, es un nombre muy complejo que no nos dice mucho. Básicamente, lo que hacemos es emplear estos residuos para dar de comer a una mezcla de bacterias concretas. Ellas, de una manera natural, almacenan el alimento en una parte de sus células, tal y como nosotros hacemos con la grasa, para obtener después energía», explica Mosquera. Y, magia: el producto final de esta granja microscópica es un bioplástico recién salido del horno, es decir, del reactor biológico.
El concepto de la circularidad marca todo el proceso: las científicas convierten un residuo en un recurso con el que generar un valor añadido, lo cual, además, es biodegradable. Y lo hacen empleando un proceso que ya sucede de una manera orgánica, la alimentación de esta mezcla concreta de bacterias: la naturaleza, desde luego, siempre sorprende.
Polygo1 y Pretenacc, de lo básico al aplicado
Los primeros pasos para materializar esta idea fueron fruto de proyectos de hace 10 años, entre los que se encuentra el reciente Polygo1, llevado a cabo por las mismas investigadoras y aún en curso. Ahora, con Pretenacc, lo que procuran es llevar todo este conocimiento a la escala industrial y probar la efectividad de este proceso, que además de ser viable desde el punto de vista tecnológico tendrá que serlo a un nivel económico y ambiental si quiere competir con la actual industria del plástico basado en petróleo.
La parte más innovadora de este nuevo proyecto, explica Mosquera, «está en el hecho de que empleamos los residuos grasos y realizamos todo el proceso en un único reactor biológico«, algo que hasta el momento no se hizo».
Ignicia, del laboratorio a la industria
El potencial de Pretenacc es muy grande. Prueba de esto es que el proyecto está apoyado por el programa Ignicia, prueba de concepto de la Agencia Gallega de Innovación, perteneciente a la Xunta de Galicia, lo cual intenta promover el desarrollo de aplicaciones comerciales basadas en las investigaciones llevadas a cabo en centros de investigación gallegos. El objetivo final, explica Mosquera, es que el conocimiento científico generado tenga una aplicación fuera del laboratorio. El importe concedido por GAIN¡ para llevar a cabo toda la idea asciende a una cifra de 320.700 euros.
En el caso del proyecto desarrollado por las investigadoras del CRETUS, el más viable es que su tecnología tenga distintos clientes: por un lado, se encuentran las empresas que generan estos residuos como consecuencia de una actividad vinculada mayoritariamente al sector agroalimentario y, por otro lado, los gestores de residuos, que podrían emplearlos para la fabricación de biopolímeros. Además, explica, habría otro potencial cliente, el de la industria que se centra en la elaboración del producto final, el bioplástico.
Trabajo en equipo
Tanto Mosquera como Val del Río y Pedrouso son investigadoras, pero en este caso les tocó también dedicarse a la parte empresarial: «Es algo que nunca habíamos hecho: contactar con las empresas, ver sus necesidades y lo que podemos aportar… a decir verdad se trata de un aspecto muy interesante y es una suerte vivir también esta faceta del proceso». En cuanto a la organización, explica que las decisiones importantes siempre se toman en conjunto. Aun así, en el día a día, toca dividir las tareas.
Para llevar a cabo el proyecto, las investigadoras de Pretenacc cuentan con algo más de un año. Por el de ahora, señala Mosquera, ya tienen un lugar en el cual aterrizar y poner la prueba todo el aprendido: se trata de la empresa PMA Nutrigras, gestora de aceite vegetal de cocina usado. El emplazamiento de la planta piloto donde llevarán a cabo todo el trabajo y producirán el bioplástico, explica, se encuentra en Mos, Pontevedra.
Las soluciones basadas en los procesos biológicos naturales cada vez son más recurrentes en el mundo de la investigación. Al final, el viaje al futuro parece, en realidad, una vuelta a lo primario.